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Cómo escapé de las garras de internet y me convertí en un bobo alegre

"Me llamo Víctor Medina y soy adicto a Internet". "Hola, Victor", exclama al unísono el poco entusiasta grupo con el que comparto corro en la sala de la terapia de Webadictos Anónimos. Es mi primera sesión, me noto nervioso y con cierto miedo escénico. Balbuceo frases en tono tímido que intento compensar a medida que me explayo en mi confidencia. "Llevo años enganchado a todo tipo de aparatos electrónicos que me mantienen conectado a la Red: Móviles, ordenadores portátiles, de sobremesa, tablets, Ipads...

en plena abstinencia y sin ninguna pantalla que mirar, a duras penas saciaba el mono en locutorios de barrio o en bibliotecas públicas. He llegado a mendigar por la calle a algún menesteroso que me prestara su dispositivo electrónico con el que saciar mi curiosidad. Pero nunca he llegado a saciarla. Siempre más, más... más".

Los compañeros del círculo asienten en sus sillas mientras confieso la obsesiva compulsión que me atrapa: mirar noticias. Salto de un periódico digital a otro, de un artículo a una crónica, devoro los titulares de un vistazo, proceso comentarios a favor y en contra del tema de moda. En el pleno subidón de información, me vanagloriaba de estar al día en cualquier materia de eso que llaman "la rabiosa actualidad". Apabullaba a mis prójimos con memes, noticias de última hora, artículos sesudos. No me daba cuenta de que esta carrera desbocada por ser un enterado no tenía fin. Ni sentido.

Caí en el vicio y sufrí las consecuencias. Ojeras, insomnio, distanciamiento de la vida real. Y, lo peor de todo, me contagié del estilo que circula en internet, donde se impone el periodismo chulesco y de guerra, carente de ética y sin mayor afán que la humillación del adversario. ¿Libre pensamiento? Si es en defensa del mío propio, adelante. Si te opones a mis ideas, te censuro. ¿Informaciones veraces? No, argumentos con los que afirmarme en mi postura. Mi nivel de sarcasmo aumentó hasta humillar a mi interlocutor, afrontaba cada conversación como un debate que tenía que zanjar con un buen zasca. Soltaba espumarajos por la boca y lanzaba soflamas con los ojos inyectados de rabia, entre aspavientos y gestos de hostilidad y autoridad... Lo reconozco, me convertí en un cuñado amargado.

Llegué al punto límite: o petaba o me salía de esta rueda de intoxicación informativa. Y tomé la vía radical, fuera de mí la maldita droga de la www. Ni un vistazo fugaz al resumen diario de noticias. Ni una calada de un titular. Aparta de mis ojos esa página de internet. No creáis, que me costó lo suyo. Temblor de manos, tics nerviosos, dolor de articulaciones, taquicardias y sudores, alucinaciones en las que se aparecían políticos con coleta o corruptos que se iban de rositas de los tribunales, sensación de vacío existencial ante la falta de noticias del mundo. Con ayuda de familia y amigos y de la asociación pude salir del pozo.

Llevo tres semanas de espaldas a la actualidad. Ahora doy la razón a mis semejantes. "Para ti la perra gorda" concedo con galantería. Y he descubierto una cosa a la que llaman "vida real". Que los camellos de la información me comían la oreja con sus cantinelas de información veraz y al instante, y que solo buscaba en ellos el soporte para seguir opinando

Me he enterado de rebote que una señora presidenta falsificó las notas de un título universario, y que otro presidente, este un prófugo, ha vuelto a enseñar su flequillo por estas fronteras. Por lo demás, no tengo ni idea de que lo que traman señores antipáticos... Soy un ignorante, pero estoy feliz. ¿Me he vuelto un cínico? ¿Ponerme una venda en los ojos me convierte en irresponsable? Bueno, si, puede ser, pero ahora leo un libro y la vida me da para pasear o quedarme embobado tomando el sol.

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